"El sabía perfectamente que sus
trastornos psíquicos eran provocados por lo que hacía en las salas de
interrogatorio, aunque trataba de rechazar globalmente su responsabilidad.
(...) Como no pensaba dejar de torturar me pidió sin ambages que como psiquiatra
lo ayudara a torturar a los patriotas argelinos sin remordimientos de
conciencia, sin trastornos de conducta, con serenidad."
"El entierro me repugnó. Todos esos oficiales que venían a llorar por la muerte de mi padre, 'cuyas altas cualidades morales habían conquistado a la población indígena', me producían náuseas. Todo el mundo sabía que era falso. Nadie ignoraba que mi padre dirigía los centros de interrogatorio de toda la región. Todos sabían que el número de muertos de la tortura era de diez diarios y venían a contar mentiras sobre la devoción, la abnegación, el amor a la patria, etc... Debo decir que ahora las palabras para mí no tienen ningún sentido o no tienen mucho."
El mencionado libro del argelino Fanon se escribió cuando despuntaba la década del 60, lo prologó Jean Paul Sartre y fue texto canónico de las izquierdas latinoamericanas en ese decenio y en el que lo siguió. Los capítulos más recordados, a fuer de haber sido los más transitados por entonces, eran los primeros, un formidable alegato a favor de la descolonización y el nacionalismo africano. Pero el libro contenía un capítulo (del cual se extraen las citas del epígrafe, una referida al tratamiento de un torturador, la otra un textual de la hija de un represor) en los que el autor, psiquiatra de profesión, narraba patologías producto directo del salvajismo del dominador. Patologías que sufrían los colonizados y, como se refiere en la cita, los colonizadores. Lo que transmitía, memorable, el ensayo era la negación de la identidad de la víctima y la funcionalidad del salvajismo de los represores. La funcionalidad a un proyecto político.
"El entierro me repugnó. Todos esos oficiales que venían a llorar por la muerte de mi padre, 'cuyas altas cualidades morales habían conquistado a la población indígena', me producían náuseas. Todo el mundo sabía que era falso. Nadie ignoraba que mi padre dirigía los centros de interrogatorio de toda la región. Todos sabían que el número de muertos de la tortura era de diez diarios y venían a contar mentiras sobre la devoción, la abnegación, el amor a la patria, etc... Debo decir que ahora las palabras para mí no tienen ningún sentido o no tienen mucho."
El mencionado libro del argelino Fanon se escribió cuando despuntaba la década del 60, lo prologó Jean Paul Sartre y fue texto canónico de las izquierdas latinoamericanas en ese decenio y en el que lo siguió. Los capítulos más recordados, a fuer de haber sido los más transitados por entonces, eran los primeros, un formidable alegato a favor de la descolonización y el nacionalismo africano. Pero el libro contenía un capítulo (del cual se extraen las citas del epígrafe, una referida al tratamiento de un torturador, la otra un textual de la hija de un represor) en los que el autor, psiquiatra de profesión, narraba patologías producto directo del salvajismo del dominador. Patologías que sufrían los colonizados y, como se refiere en la cita, los colonizadores. Lo que transmitía, memorable, el ensayo era la negación de la identidad de la víctima y la funcionalidad del salvajismo de los represores. La funcionalidad a un proyecto político.
Ed. Fondo de Cultura, México 1971
Buen estado
$ 80